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viernes, 22 de enero de 2010

LAS BICIS NO SON LO QUE PARECEN

Cuando mi hermana Cristina tenía 4 o 5 años, creo recordar que me dijo mi hermana Vivi que fue ella quien le regaló una bicicleta azul super chula. Tenía los puños blancos, una cesta azul en el manillar para poner sus muñecos y, por supuesto sus 2 ruedas detrás.
Me imagino que la bicicleta era para mi hermana Cristina lo más grande que le había pasado en su pequeña vida, era como un vehículo espacial con el que poder ir a cualquier parte.

Se tiró todo el día dando vueltas en su bici nueva y, cuando llegó la noche mis padres le dijeron que dejara la bicicleta aparcada en el "Cuarto de los arcos" en nuestro chalet. Mi hermana Cristina no se creyó que si dejaba la bici fuera de la casa esta fuera a estar a la mañana siguiente, así que metió la bici en su cuarto. Como no se podía dormir metió la bicicleta en la cama debajo de las sabanas. Menos mal que las 2 eran pequeñas y no se molestaron al dormir.

A la mañana siguiente continuó dando bicicletazos por los jardines hasta caer exhausta. Y es que, las cosas que parecen insignificantes a veces son lo mejor que nos puede pasar.

BICILETAS MORTALES AGAIN



Cuando cumplí 9 años (o a lo mejor fueron 8), para mi cumpleaños mi abuelo y mis padres me regalaron una super bici GAC color granate con ruedecillas.
Después de comer y tomarnos la tarta, mi abuelo y mi padre me sacaron de la casa y me llevaron al huerto. Bajamos hacia la piscina y, de la bodega sacaron aquella maravillosa bicicleta.
Mi cumpleaños es el nueve de septiembre y hasta finales de mes no empezaban las clases, así que tenía tiempo de aprender a montar en bici. Al principio las ruedecillas de detrás me daban seguridad, pero poco a poco se fueron convirtiendo en un estorbo.

Una tarde, auspiciado por mi madre y mi hermano Fali, le quité las ruedecillas y me dispuse a aprender a montar en bici. Parece que cuando sabes hacer una cosa la sabes de toda la vida, pero nadie nace sabiendo y las cosas se aprenden, en mi caso fue a golpes.
Me puse a dar vueltas por los jardines de mi parcela y cada curva que daba me caia en los cuadros de los rosales (pero sin pincharme). A la media hora ya estaba empezando a desesperarme, pero de repente empecé a pedalear manteniendo un equilibrio increíble. Después de dar unas vueltas mi madre me dijo que me fuera con mi hermano a la parcela del francés, una parcela enfrente de la mía que estaba sin urbanizar donde jugábamos al fútbol, béisbol y con las bicis.
Nos fuimos los dos y allí estuve tan contento.

Días después, continuando mi aprendizaje, me puse una mañana a dar vueltas a los jardines. Mi abuelo Rafael estaba sentado en el porche y yo estaba todo el rato diciendo: "Mira abuelo, mira abuelo", mientras lo miraba a él en vez de mirar por donde iba. Así que pasó lo que me suele pasar en estos casos, me dejé la uña del dedo meñique contra la pared de la cerca. El dedo empezó a sangrar y el salto que dí de la bici fue de, por lo menos, 20 cm, jeje.
Salí disparado hacia mi abuelo y este me tranquilizó como pudo (seguramente me dio un vaso de coca-cola) me vendó y se me pasó el susto.

Ahí aprendí a mirar por donde iba (que no suelo cumplir) y a que una uña tarde casi un mes en volver a crecer.