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martes, 28 de abril de 2009

MERENDOLAS VERANIEGAS

Uno de los primeros veranos después de que Mª Rosa y yo empezáramos a salir, sus amigas Rosa y Carmen se venían con ella por las tardes a bañarse a mi piscina, y a merendar. Algunas veces venían Gerardo, Eu, y quien puede olvidar a Nash.
Unas cuantas veces nos juntamos con mi vecino Alfonso y con Ignacio.
Aquella tarde que me ha venido a la mente, Ignacio apareció con un bizcocho de chocolate bueno que te cagas, nos quedamos todos flipaos. Rosa le preguntó si era casero y él respondió que por supuesto que lo había hecho él con sus propias manos. Quedamos en que otra vez que nos juntásemos nos traería otro bizcocho, eso fue hace 12 años, por lo menos, y aún seguimos esperando.
Incluso nos enteramos después que él no era el artífice del bizcocho, sino su madre.
¿Conseguiremos este verano que Ignacio nos haga un bizcocho, aunque sea de esos de microondas?.
La respuesta: después de este verano.

LAS VUELTAS DEL PANADERO

En verano en Otura, a media mañana siempre iba el panadero por las urbanizaciones repartiendo su material.
Muchas veces nos mandaba mi madre con su monedero a recoger las barras. Cuando yo tenía 8 o 9 años pasaba de todo, no sabía leer los relojes de agujas, no sabía cuando era mi cumpleaños, y no sabía pagar.
Cuando me tocaba a mí ir a por el pan, le daba al panadero el monedero para que él cogiera el dinero.
Un día le dije a mi madre que: y si el panadero coge más de la cuenta, yo no me doy cuenta.
Mi madre, en vez de enseñarme el valor de las distintas monedas, la vez siguiente que bajó ella conmigo a por el pan, le contó al panadero lo que yo le había dicho. Me morí de la vergüenza, pero el hombre se lo tomó bien, le hizo hasta gracia.
Por eso amigos, desde entonces tuve que ponerme a aprender cuanto valían las cosas, y me fui haciendo un poco más mayor.