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jueves, 22 de julio de 2010

HISTORIAS CHINAS


Me contó un día Lolo, el primo de Mª Rosa, que un día en el chino de Armilla, estaba con unos colegas cenando. Se pusieron como el quicos, iban a reventar con su menú.
Cuando llego la hora de la cuenta, la camarera les trajo una botella de chupitako chino. Le faltaba un deo, y se pusieron a echarse vasos. Cuando quedaba un deo en la botella a Lolo, se le ocurrió mirar la fecha de caducidad, y sorpresa: llevaba 5 meses caducada. Les había sentado de puta madre, y cuando la china camarera se acercó a recoger la botella, se quedó flipá de que estuvieran vivos después de beberse la botella.

Poco después Lolo quedó otra vez con sus colegas a tomarse unos refrescos en Graná, y como tardaban en traer las tapas y estaban aburridos, se le ocurrió abrir los saleros y aceiteros de la mesa de al lado.
Se tiraron un buen rato esperando hasta que llegaron 2 abuelillas. Tenían una mesa a la entrada del bar, pero las viejecillas tiraron para la del fondo al lado de Lolo y sus amigos. Se pidieron unas tostadas y les cayo el aceite en todo el plato. El camarero, que las conocía, les cambió la tostada o lo que tuvieran y se dispusieron a echarse la sal y, efectivamente, les cayó toda la sal en la tostadaca. Estos se fueron para fuera porque se estaban despollando y no querían que los pillaran, y las pobres señoras no se sabe si les cambiaron por tercera vez el plato.

sábado, 17 de julio de 2010

COSAS QUE PASAN EN LAS OFICINAS


Un día me contaron que, en una oficina cualquiera, de un sitio cualquiera, llegó una familia, un sábado por la mañana al poco de abrir, el padre, la madre, la hija y el abuelo.

En la oficina estaban trabajando y, como era verano, tenían el aire acondicionado puesto y hacía fresquito. En esto que llega la familia a la oficina y dicen: "Papá, quedate aquí sentado que no vamos a tardar".
Después de una hora, los trabajadores se acercaron al abuelo y le preguntaron si tenía sed y si iba a tardar mucho su familia, él respondió que sí, que tenía un poco de sed y que no sabía dónde habían ido ni cuanto iban a tardar.
Tras otra hora, los trabajadores se acercaron al hombre y le ofrecieron unos caramelillos, para que tuviese algo con lo que pasar el rato.

Por fín, cinco minutos antes de cerrar la oficina y tras preguntarle al buen señor si su familia tenía algún número de teléfono de móvil para localizarlos, apareció la familia cargada de bolsas de ropa y demás historias y sin dar las gracias siquiera a los oficinistas, cogieron al abuelo que había estado toda la mañana fresquito y sin darles por saco en sus compras, y se lo llevaron.

Y es que, en este mundo hay gente con la cara muy dura.