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viernes, 22 de mayo de 2009

TRAUMAS INFANTILES 1: HAY QUE APRENDER DE LOS ERRORES

Con 8 o 9 años, una tarde en casa de mis vecinas, no sé quien dijo, contando algo que había pasado: Los que se pelean se desean.
Al poco tiempo, estaba en mi colegio en el recreo, jugando con los de mi clase.
Una de las niñas, Sara, tenía un poco pinta de cerdito, no quiero tener mala leche, pero tenía la nariz chata y estaba fondona, se puso a perseguir a otro de la clase para pegarle. A mí no se me ocurrió decir otra cosa que: Los que se pelean se desean.
La niña se giró y me metió una patá en los cojones, uy perdón, en los huevos.
Caí de rodillas agarrándome con las 2 manos la entrepierna mientras lloraba desconsoladamente. Mis compañeros me cogieron de los brazos y me acercaron a la fuente para que me echara agua y me tranquilizara un poco.
La niña estaba cabreadísima por lo que yo había dicho,y eramos niños, pero no eramos idiotas. Estaba claro que yo lo había dicho de broma, pero ella se lo tomó muy en serio.
Desde entonces me volví bastante introvertido con el sexo femenino, y en general. Era bastante cortado, después poco a poco me he ido soltando.
No volví a hablar con esa niña aunque sus amigas eran compañeras y amigas mías de clase (como las conocía de toda la vida no me daba vergüenza hablar con ellas).
Al curso siguiente se fue del colegio, yo me quedé con las ganas de insultarle el último día de clase y salir corriendo con mi venganza servida friamente. No lo hice, la verdad es que la tía había cambiado poco, seguía siendo un poco estupida y tonta, y no merecía la pena. Seguro que a ella se le había olvidado el incidente, aunque yo estuve un par de cursos dándole vueltas.
Ahora, con 30 años, me acuerdo, pero no en plan retorcido, sino como anecdota de mi vida que me marcó en su momento.
Adios Sara, donde quiera que estes (seguro que está en el infierno).